Fue domingo en las claras orejas de mi burro,
De mi burro peruano en el Perú (perdonen la tristeza)
César Vallejo
Trato de recordar canciones de infancia. Nada del inagotable mundo imaginario del mexicano Cri-Cri. Nada de la poética ternura de María Elena Walsh.
Recuerdo una multitudinaria guardería en el Cusco donde cada lunes, luego de formar (firmes, atención, columna-cubrir) un niño salía a cantar invariablemente “Cara de gitana, dulce enamorada…”. Pésimo inicio para una educación sentimental.
De ahí la memoria salta a la tele, cómo no. Un personaje algo siniestro, que parecía socio de un club caro y que tenía pinta de gritarle a sus empleadas en la casa, se apoderaba de la pantalla con un espantoso traje a rayas y un ridículo sombrero: el Tío Jhony. El clímax de su programa consistía en atragantar con un vaso de leche a un niño en tiempo récord.
Pero sin duda la reina de la diversión infantil de esa generación de niños que mirábamos la tele mientras nuestros padres hacían la revolución, se eran infieles y se llenaban la cabeza de preguntas, llevaba el extraño nombre de Yola Polastri. Una flaca ligamentosa y enérgica, medio pituca, medio lumpen, que cautivaba a la audiencia con sus ojos exaltados y sus aparatosas coreografías. Su repertorio pasaba de inocentes paparruchadas como “El telefonito es / una necesidad / llamada tras llamada y puro bla, bla, bla …. (gracias Dios, por ayudarme a olvidar) a indescifrables pero pegajosos versos como “Cuando estábamos cortando rábanos, unos cortábamos y otros dejábamos”. Con Yola nos pasó como nos pasaría con Madonna años después: cuando nos convencimos de que nunca iba a envejecer nos dimos cuenta que teníamos la cara llena de granos y las manos hundidas en los bolsillos.
La verdad, hay cosas que uno debe olvidar. Una de esas cosas se llama Parchis. Nunca la ingenuidad española fue tan perversa, tan cursi, tan mal intencionada.
Así fue. Y todo ese inútil recuento no es nada más que una manera de explicar porqué un grupo de universitarios sin convicción académica, de oscilantes visiones políticas y holgazanes tendencias literarias nos aficionamos, nos aferramos y sobrevivimos a la barbarie que nos acosaba en gran parte gracias a un casette de canciones infantiles de Juan Luis Dammert. En una época de fosas comunes, coches bomba, masacres a cuchillo y una sangrienta corrupción política, nosotros cantábamos “Cómo te vaca” a gritos en los acantilados inhóspitos de San Miguel y bebíamos vino en caja, y nos metíamos al mar de noche, y tratábamos de amarnos lo más torpemente posible.
Todavía recuerdo la noche en que Camilo llegó a mi casa de Garzón. La famosa casa de Garzón. Me contó lo que estuvo a punto de hacer con frialdad y detalles. Pero algo lo detuvo. Una canción. “La sirenita Claribel”, la historia de una sirena que ama la tierra y cambia su cola por dos pies para poder bailar: “Baila la morena, que ayer fue sirena…”. Debías haber llevado esa canción contigo cuando emprendiste viaje, compadre.
No sé cómo ese casette viejo que andaba de mano en mano acabó en las mías. Y me acompañó a Bolivia, a Brasil y nuevamente a Bolivia. Cuando ya casi lo había olvidado, aparecía como por arte de magia y lo volvía a escuchar con sabrosa e irreparable nostalgia. “Cómo te vaca”, “El mono Machín”, “Caballito Palomino”, “Teodoro mi viejo loro”…
Al parecer, el cassette definitivamente se ha perdido. Aunque guardo la esperanza de que aparezca porque sus versiones, su factura doméstica, sus voces, son inigualables. Como esas cintas magnetofónicas marrones que eran tan fáciles de de manipular, el tiempo ha seguido corriendo, enredándose y anudándose. Y ahora que tengo dos hijos he logrado conseguir los dos discos de canciones infantiles grabados por Juan Luis Dammert: Cómo te vaca y Cómo te vaca 2.
En las canciones de esos discos, varias de las cuales cantamos con mis hijos de memoria, no hay intenciones edificantes, no hay sonsas lecciones de adultos, no hay ese menosprecio con el que los adultos suelen simplificar y atrofiar la imaginación infantil.
La canciones de Juan Luis están pobladas por una fauna pícara y sabrosa, que se divierte, que emprende grandes aventuras, que se ríe y llora. Un loro habla varios idiomas, canta en la radio y un día se va con un pirata a navegar por los mares. La historia la cuenta quien fuera su dueña, y en un momento dice: “Teodoro, mi viejo loro, muy temprano ahora me llama. Me dice vuelvo mañana, y en el teléfono lloro”. En ese versito siempre se nos quiebra la voz.
Un chancho quiere ir a la luna para buscar fortuna y sus amigos, el ratón y la gallina, le dan una chompa de algodón y gelatina. Poco después del aparatoso despegue, Pancho el chancho vuelve a la Tierra. “¿Qué pasó Pancho querido, se te acabó la gasolina”, le pregunta la gallina. Y él responde: “No, se me acabó la gelatina”. Irrefutable razón para volver al planeta. Un campesino tiene una vaca tan flaca que “si estaba en la lluvia el agua caía y no la podía mojar” y una tan gorda “que daba tanta leche que todos podían beber”. La alpaca Paquita presta su lana plateada para que la abuelita haga una chalina para el frío invierno. Y en la vieja discoteca del fondo del mar, a Corina la Corvina le gusta bailar, a ritmo de rock….
Las canciones de Juan Luis son huaynos, tonderos, valses, música de la selva peruana, rock and roll y una inagotable y divertida sucesión de ritmos de todo lado… Y si todo empezó, como él cuenta en su blog, a finales de los 80 con un casette grabado en el comedor de su casa, hoy el proyecto “Cómo te vaca” ha llegado a su forma originalmente imaginada: un libro ilustrado, con las letras de las canciones y el CD.
La obra de Juan Luis Dammert es bastante amplia. La música para niños es sólo una de sus vetas, tiene más de 12 discos en su haber (uno de magníficos valses). Pero hoy se le rinde homenaje a este cantor completo, que no ha renunciado al ingenio, a la música y a las ganas de bailar que habita en cada niño.
Puedes escucharlo, leerlo y conseguir sus discos en:
http://www.comotevaca.blogspot.com/, http://www.achoabancay.blogspot.com/
Antonio Vera